Al fin libre
Antes de llegar a AA tenía la fuente de donde provenía mi incontrolable manera de beber, la cual me llevó a deteriorar por completo mi vida. Pero, aún por encima del alcohol que ingería en grandes cantidades, sobresalía un sufrimiento que estuve arrastrando desde que tenía tres o cuatro años de edad. En mi derrotero sólo me vi acompañado del resultado de mi rebeldía a causa de la vida ingobernable que llevaba. Fueron fantasmas que me atormentaron, hundiéndome en una serie de sentimientos que me ahogaban el espíritu, sintiéndome el ser más despreciable y ruin sobre la faz de la tierra. Muchas veces pregunté a ese Dios que proclaman algunos: “¿Señor, por qué tengo que ser así?”. Quiero cambiar y ser diferente, ya no quiero dañar ni tener estos sentimientos que me atormentan. ¡Quiero vivir! ¡Líbrame de estas cadenas!”.
Quiero compartir algunas de estas cosas que me atormentaban: el miedo, la angustia, el remordimiento de conciencia, la soledad, frustraciones, envidia (una envidia que corroía como ácido mi alma) y un egoísmo que ya no soportaba. Aún así, me sentía complacido con algunos defectos, difíciles de eliminar. Sobre este laberinto, giró gran parte de mi vida hasta que empecé a beber. Al principio, esto alivió un poco mis viejas heridas, pero en el transcurso de dos años, este tormento se sumó a las consecuencias de mi alcoholismo y el oscuro laberinto se hizo más y más profundo, llevándome al intento de suicidio, acompañado de amargos sentimientos de venganza. Esto que relato, inició cuando tenía dieciséis años, de los cuales sólo quedaron amargos recuerdos y sentimientos que me hicieron morir espiritualmente, pensando que mi destino era morir de borracho, sin otro consuelo, pues me había cerrado las puertas y la confianza de los que me rodeaban.
A fines de agosto de 1985, si mal no recuerdo, un día antes de llegar a la querida Agrupación de AA, me ocurrió un hecho que cambiaría el curso de mi vida. Me encontraba tomando en una lonchería, desde las primeras horas del día, pero ya avanzada la noche, estaba haciendo un trato con una de las mujeres que ahí trabajaban para pasar la noche con ella. Al percatarme que no traía dinero, muy ebrio me dirigí a mi domicilio con el fin de tomar un dinero que tenía guardado en mi pequeño ropero. Al abrir la puerta del ropero y tomar el rollito de billetes, estos, como un carbón incandescente, me quemaron la mano. Una ráfaga de luz entró en mi memoria y con un temor tremendo los lancé lejos de mí. Me senté en mi cama y comencé a llorar, preguntándome: “¿Qué voy a hacer Dios mío?”. Entonces, todo se oscureció y perdí la noción del tiempo.
No sé cuánto tiempo transcurrió y esa misma noche llegaron tres personas que se decían Alcohólicos Anónimos. A lo lejos mi mamá gritaba: “¡Leonardo no pelees, ellos te van a ayudar a dejar de beber!”. Y no opuse resistencia. Allí estaba mi salvación. No sé que ocurrió, pero bajé la guardia y decidí recibir la ayuda que unos meses atrás había rechazado y me dejé guiar por aquellas personas; parecía que ese Dios que proclamaban algunos me los había enviado en un momento de debilidad.
Al otro día desperté dispuesto a entregarme a ese Programa que me ofrecían. Desde entonces dejé de sentir lástima por mí y por los demás; algo había arrancado de mi alma una serie de sentimientos que me atormentaban. Ya no me sentí solo, el miedo había aminorado de gran forma. Entonces, vinieron a mi mente aquellos Doce Pasos que había leído unos meses atrás y que de alguna forma influyeron antes de mi llegada a AA. Así, con más disposición me agarré de ellos y comencé a practicarlos como si fueran mi único puerto. Los entendí, comprendí y por consecuencia, los empecé a sentir hasta la médula de mis huesos. Aunque algunas de estas cosas ya las había escuchado y sabido por cuenta propia, en Alcohólicos Anónimos las escucho y las veo de una forma completamente diferente. Al practicar los Doce Pasos y las Doce Tradiciones descubrí que mi conciencia, siempre estuvo opacada por mi vida ingobernable; hacía cosas malas a juicio de mi conciencia, que me causaban sentimientos de culpa, si se prefiere, remordimientos de conciencia. Según mi entendimiento, el espíritu se alimenta y crece con actos buenos, si no, el espíritu muere.
Para alguien que no tiene humildad esto es casi imposible y yo no la tenía; la adquirí a través del sufrimiento que me propinó el alcohol y la vida ingobernable. Esto ocurrió en mi primer año de sobriedad, alcanzando una paz mental y espiritual que fortaleció mi sobriedad.
Derrotarme ante la vida ingobernable me permitió alejarme por completo de las cosas y personas que no eran buenas para mí, y así estuve menos tentado por la obsesión hacia el alcohol, recobrando un poco mi autoestima y sustituyendo todo aquello por las reuniones de AA.
Obtener sano juicio no me fue tan difícil, porque lo más difícil estaba ya hecho: ¡dejar de beber! Nunca supe conducir mi vida, por eso tomé la dirección de todos aquellos compañeros que tienen muchos años dentro de AA. Trabajando el Paso Dos dejé de acarrearme problemas que podrían poner en peligro mi sobriedad y estabilidad emocional; adquiriendo un nuevo estado de conciencia que me llevó a experimentar emociones y sensaciones que nunca había tenido. Conduciéndome a lo que llaman fe, comencé a tener confianza en Dios, depositando en Él mi vida y todo tipo de tribulaciones que arrastraba.
Comprendí que es mejor depender de Dios y del Programa de AA, porque ellos no me fallan, ni me traicionan y sí me comprenden y ayudan. La acción en el Programa me ayudó a conseguir sobriedad, progreso y habilidad para enfrentarme a la vida. Desde entonces, no me he visto envuelto en problemas de ninguna clase.
El Quinto Paso me dio la liberación y la paz mental que tanto añoraba años atrás y como resultado, hoy me encuentro libre de esas cadenas que me ataban fuertemente al pasado. Me resultó más fácil practicar lo restante, pues, de alguna manera, quité las piedras que no me permitían avanzar. Estos son sucesos que ocurrieron en los primeros doce meses en AA. Hoy, es muy difícil que llegue a enojarme; los celos son un lujo que no tengo, pido por los demás porque es mejor que envidiar. Siempre antepongo a Dios y los Principios de AA antes que a cualquiera de mis deseos personales; de mí depende que el orgullo no se vuelva a inflar.
Desde entonces he tenido un sin número de experiencias de tipo espiritual que son el resultado del apadrinamiento y la práctica de los Doce Pasos. Actualmente, tengo quince años en AA y mi confianza sigue creciendo día con día, junto con la verdadera fe que ahora necesito para poder ser útil y servirle a los demás.
Leonardo.
Pensaba durar tres meses y retirarme
Llegué a un Grupo de Alcohólicos Anónimos el 31 de agosto de 1979 y en la información de lo que es un alcohólico, empecé a escuchar las experiencias de algunos de mis compañeros.
Los días pasaban y no quería darme cuenta que en verdad era un enfermo; pensaba durar tres meses y retirarme, pero creo viví mi primera experiencia espiritual, al menos así lo siento, pues mis compañeros me decían: “No asistas a los lugares donde bebías”. El primer día pasé a la tienda donde acostumbraba beber y pedí una famosa pollita, me la bebí de un jalón, pagué y me salí.
El segundo día pasó lo mismo, pero al tercer día pedí una botella de tequila, la cual al tomarla del mostrador la sentí caliente, un calor que no soporté en la mano y la pasé a otro amigo de actividad. Me salí para ya no regresar jamás a ese lugar, y me alejé de mis cuates sin tener la convicción de ser un enfermo.
Seguí asistiendo al Grupo y alimentando la idea de estar nada más tres meses y retirarme.
A los dos meses abordé la tribuna pensando que les iba a dar una cátedra, no pude más que imitar a los demás y declararme enfermo de alcoholismo, pero sin olvidar lo de la botella caliente.
En una reunión de trabajo, escuché que no había quien cubriera el Servicio en instituciones, y levanté la mano pidiendo el Servicio. El lunes siguiente, día de la primera información en la Clínica 4 del Centro de Salud, me presenté esperando encontrar al padrino que me iba a guiar en ese Servicio, y no llegó.
La señorita de trabajo social me llamó, puesto que me había presentado al llegar, y me dijo si ya pasábamos a la sala. Le contesté que sí, sin saber cómo iba a transmitir el mensaje, pero recordé la información que me habían dado, que con el enunciado sacara parte de la información y así lo hice. La presentación de la trabajadora social me ayudó a iniciar mi explicación y así pude vivir mi primera experiencia en el Servicio, la que me borró de la mente esos tres meses que pensaba estar en AA.
Al ver los ojos enrojecidos y con lágrimas de las personas que me escuchaban, me estremecí de emoción, pues me di cuenta que borracho no servía para nada, y sin beber, podía regalar algo por medio del sufrimiento de aquellas borracheras que me llevaron a convertirme en un alcohólico.
Rogelio.
Antes de llegar a AA tenía la fuente de donde provenía mi incontrolable manera de beber, la cual me llevó a deteriorar por completo mi vida. Pero, aún por encima del alcohol que ingería en grandes cantidades, sobresalía un sufrimiento que estuve arrastrando desde que tenía tres o cuatro años de edad. En mi derrotero sólo me vi acompañado del resultado de mi rebeldía a causa de la vida ingobernable que llevaba. Fueron fantasmas que me atormentaron, hundiéndome en una serie de sentimientos que me ahogaban el espíritu, sintiéndome el ser más despreciable y ruin sobre la faz de la tierra. Muchas veces pregunté a ese Dios que proclaman algunos: “¿Señor, por qué tengo que ser así?”. Quiero cambiar y ser diferente, ya no quiero dañar ni tener estos sentimientos que me atormentan. ¡Quiero vivir! ¡Líbrame de estas cadenas!”.
Quiero compartir algunas de estas cosas que me atormentaban: el miedo, la angustia, el remordimiento de conciencia, la soledad, frustraciones, envidia (una envidia que corroía como ácido mi alma) y un egoísmo que ya no soportaba. Aún así, me sentía complacido con algunos defectos, difíciles de eliminar. Sobre este laberinto, giró gran parte de mi vida hasta que empecé a beber. Al principio, esto alivió un poco mis viejas heridas, pero en el transcurso de dos años, este tormento se sumó a las consecuencias de mi alcoholismo y el oscuro laberinto se hizo más y más profundo, llevándome al intento de suicidio, acompañado de amargos sentimientos de venganza. Esto que relato, inició cuando tenía dieciséis años, de los cuales sólo quedaron amargos recuerdos y sentimientos que me hicieron morir espiritualmente, pensando que mi destino era morir de borracho, sin otro consuelo, pues me había cerrado las puertas y la confianza de los que me rodeaban.
A fines de agosto de 1985, si mal no recuerdo, un día antes de llegar a la querida Agrupación de AA, me ocurrió un hecho que cambiaría el curso de mi vida. Me encontraba tomando en una lonchería, desde las primeras horas del día, pero ya avanzada la noche, estaba haciendo un trato con una de las mujeres que ahí trabajaban para pasar la noche con ella. Al percatarme que no traía dinero, muy ebrio me dirigí a mi domicilio con el fin de tomar un dinero que tenía guardado en mi pequeño ropero. Al abrir la puerta del ropero y tomar el rollito de billetes, estos, como un carbón incandescente, me quemaron la mano. Una ráfaga de luz entró en mi memoria y con un temor tremendo los lancé lejos de mí. Me senté en mi cama y comencé a llorar, preguntándome: “¿Qué voy a hacer Dios mío?”. Entonces, todo se oscureció y perdí la noción del tiempo.
No sé cuánto tiempo transcurrió y esa misma noche llegaron tres personas que se decían Alcohólicos Anónimos. A lo lejos mi mamá gritaba: “¡Leonardo no pelees, ellos te van a ayudar a dejar de beber!”. Y no opuse resistencia. Allí estaba mi salvación. No sé que ocurrió, pero bajé la guardia y decidí recibir la ayuda que unos meses atrás había rechazado y me dejé guiar por aquellas personas; parecía que ese Dios que proclamaban algunos me los había enviado en un momento de debilidad.
Al otro día desperté dispuesto a entregarme a ese Programa que me ofrecían. Desde entonces dejé de sentir lástima por mí y por los demás; algo había arrancado de mi alma una serie de sentimientos que me atormentaban. Ya no me sentí solo, el miedo había aminorado de gran forma. Entonces, vinieron a mi mente aquellos Doce Pasos que había leído unos meses atrás y que de alguna forma influyeron antes de mi llegada a AA. Así, con más disposición me agarré de ellos y comencé a practicarlos como si fueran mi único puerto. Los entendí, comprendí y por consecuencia, los empecé a sentir hasta la médula de mis huesos. Aunque algunas de estas cosas ya las había escuchado y sabido por cuenta propia, en Alcohólicos Anónimos las escucho y las veo de una forma completamente diferente. Al practicar los Doce Pasos y las Doce Tradiciones descubrí que mi conciencia, siempre estuvo opacada por mi vida ingobernable; hacía cosas malas a juicio de mi conciencia, que me causaban sentimientos de culpa, si se prefiere, remordimientos de conciencia. Según mi entendimiento, el espíritu se alimenta y crece con actos buenos, si no, el espíritu muere.
Para alguien que no tiene humildad esto es casi imposible y yo no la tenía; la adquirí a través del sufrimiento que me propinó el alcohol y la vida ingobernable. Esto ocurrió en mi primer año de sobriedad, alcanzando una paz mental y espiritual que fortaleció mi sobriedad.
Derrotarme ante la vida ingobernable me permitió alejarme por completo de las cosas y personas que no eran buenas para mí, y así estuve menos tentado por la obsesión hacia el alcohol, recobrando un poco mi autoestima y sustituyendo todo aquello por las reuniones de AA.
Obtener sano juicio no me fue tan difícil, porque lo más difícil estaba ya hecho: ¡dejar de beber! Nunca supe conducir mi vida, por eso tomé la dirección de todos aquellos compañeros que tienen muchos años dentro de AA. Trabajando el Paso Dos dejé de acarrearme problemas que podrían poner en peligro mi sobriedad y estabilidad emocional; adquiriendo un nuevo estado de conciencia que me llevó a experimentar emociones y sensaciones que nunca había tenido. Conduciéndome a lo que llaman fe, comencé a tener confianza en Dios, depositando en Él mi vida y todo tipo de tribulaciones que arrastraba.
Comprendí que es mejor depender de Dios y del Programa de AA, porque ellos no me fallan, ni me traicionan y sí me comprenden y ayudan. La acción en el Programa me ayudó a conseguir sobriedad, progreso y habilidad para enfrentarme a la vida. Desde entonces, no me he visto envuelto en problemas de ninguna clase.
El Quinto Paso me dio la liberación y la paz mental que tanto añoraba años atrás y como resultado, hoy me encuentro libre de esas cadenas que me ataban fuertemente al pasado. Me resultó más fácil practicar lo restante, pues, de alguna manera, quité las piedras que no me permitían avanzar. Estos son sucesos que ocurrieron en los primeros doce meses en AA. Hoy, es muy difícil que llegue a enojarme; los celos son un lujo que no tengo, pido por los demás porque es mejor que envidiar. Siempre antepongo a Dios y los Principios de AA antes que a cualquiera de mis deseos personales; de mí depende que el orgullo no se vuelva a inflar.
Desde entonces he tenido un sin número de experiencias de tipo espiritual que son el resultado del apadrinamiento y la práctica de los Doce Pasos. Actualmente, tengo quince años en AA y mi confianza sigue creciendo día con día, junto con la verdadera fe que ahora necesito para poder ser útil y servirle a los demás.
Leonardo.
Pensaba durar tres meses y retirarme
Llegué a un Grupo de Alcohólicos Anónimos el 31 de agosto de 1979 y en la información de lo que es un alcohólico, empecé a escuchar las experiencias de algunos de mis compañeros.
Los días pasaban y no quería darme cuenta que en verdad era un enfermo; pensaba durar tres meses y retirarme, pero creo viví mi primera experiencia espiritual, al menos así lo siento, pues mis compañeros me decían: “No asistas a los lugares donde bebías”. El primer día pasé a la tienda donde acostumbraba beber y pedí una famosa pollita, me la bebí de un jalón, pagué y me salí.
El segundo día pasó lo mismo, pero al tercer día pedí una botella de tequila, la cual al tomarla del mostrador la sentí caliente, un calor que no soporté en la mano y la pasé a otro amigo de actividad. Me salí para ya no regresar jamás a ese lugar, y me alejé de mis cuates sin tener la convicción de ser un enfermo.
Seguí asistiendo al Grupo y alimentando la idea de estar nada más tres meses y retirarme.
A los dos meses abordé la tribuna pensando que les iba a dar una cátedra, no pude más que imitar a los demás y declararme enfermo de alcoholismo, pero sin olvidar lo de la botella caliente.
En una reunión de trabajo, escuché que no había quien cubriera el Servicio en instituciones, y levanté la mano pidiendo el Servicio. El lunes siguiente, día de la primera información en la Clínica 4 del Centro de Salud, me presenté esperando encontrar al padrino que me iba a guiar en ese Servicio, y no llegó.
La señorita de trabajo social me llamó, puesto que me había presentado al llegar, y me dijo si ya pasábamos a la sala. Le contesté que sí, sin saber cómo iba a transmitir el mensaje, pero recordé la información que me habían dado, que con el enunciado sacara parte de la información y así lo hice. La presentación de la trabajadora social me ayudó a iniciar mi explicación y así pude vivir mi primera experiencia en el Servicio, la que me borró de la mente esos tres meses que pensaba estar en AA.
Al ver los ojos enrojecidos y con lágrimas de las personas que me escuchaban, me estremecí de emoción, pues me di cuenta que borracho no servía para nada, y sin beber, podía regalar algo por medio del sufrimiento de aquellas borracheras que me llevaron a convertirme en un alcohólico.
Rogelio.
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