Una milagrosa coincidencia.
Era el año 1983, tenía escasos seis meses sin beber en AA y la vida no parecía ofrecer nada de lo que mis compañeros de Grupo me auguraban. Los problemas económicos y familiares no se solucionaban. No encontraba empleo y esto me deprimía. El escuchar las experiencias en tribuna por parte de mis compañeros, el reflejo que encontraba en ellas sobre mi propia vida desordenada, provocaban que me sintiera nervioso en la silla, para regocijo de los padrinos: ¿Te está llegando?, me preguntaban entre risas, y yo asentía. Me dolía reconocer que la idea que tenía sobre mí no se acercaba a la cruda realidad. Siempre pensé que mi único problema era la bebida. Jamás sospeché que mi enfermedad radicaba en mi alma y en mis emociones. Y por todo esto sufría y sufría.
En realidad, me dolía mi precaria situación y no encontraba alivio en la tribuna ni en el apadrinamiento constante. No sabía qué hacer ni hacia dónde voltear en solicitud de ayuda porque nunca me imaginé, que ésta debía llegar de alguien superior a mí. Aún no entendía de métodos de sustitución, mucho menos de entregar mi vida y mi voluntad a un Ser Superior. Mi Poder Superior era, si es que dentro de mí lo aceptaba con humildad, lo que es dudoso ya que no la conocía, entonces tenía que serlo, mi Grupo. El Poder Superior estaba lejos, muy lejos de mí (así lo consideré por muchos años). En esta situación, no comprendía nada de nada. Ya había dejado de beber y las cosas seguían igual o peor que cuando aún bebía y no había ni para cuando.
Creo que todo lo anterior lo observaban los compañeros y mi padrino, porque así sucede comúnmente, pero ¿qué sentía y qué pensaba en mi interior? La rebeldía total, producto del orgullo mal encausado o el diablillo del alcohol, si así se quiere ver, me decían que no valía la pena haber dejado de beber. ¿En realidad, era ésta la vida feliz que se me prometió por dejar la botella? Esto ni era vida y yo no era en lo absoluto, feliz. Así que la idea se fue agrandando, de tal manera, que un lunes, san lunes para muchos como yo, me dirigí a buscar un diario para conseguir algún probable empleo y me encontré a dos antiguos amigos de parranda. Ellos se dirigían a curársela y me invitaron a que los acompañara, y algo se encendió dentro de mí. Acepté con mucho nerviosismo y me subí a su vehículo.
Ellos comentaban los incidentes del día anterior y se prometían sólo tomar dos o tres copas para la cura, Tenían qué hacer, yo sólo escuchaba y envidiaba. Ellos seguían siendo bebedores y tenían empleo y negocios, yo había dejado de beber y no tenía ni lo uno ni lo otro, me conmiseraba y no dejaba de pensar con nerviosismo y ansiedad, ¿vale la pena dejar de beber?
Entre charlas y bromas entre ellos mismos, llegamos a la cantina donde pensaban curársela. Entramos y ocupamos una mesa cercana a la puerta de entrada. Yo me sentía muy mal, temblaba y las manos me sudaban, aún no decidía qué hacer. En eso se acerca el mesero a tomar la orden de consumo y para mi triste sorpresa piden dos, sólo dos vasos de bebida. Digo triste sorpresa porque inexplicablemente para mí, ya no bebía, sentí la terrible desazón que siente todo bebedor cuando se siente marginado y humillado por no ser considerado en el reparto. Somos tres, se me ocurrió decir, pero ellos no me escucharon, ya sabían que yo militaba en un Grupo de AA y por lo tanto, no bebía.
Seguí al mesero insistentemente con la mirada para pedirle mi copa, éste no me miraba y yo quería hacerlo voltear con la fuerza de la mirada y hacer la señal de tres, tres copas para tres bebedores. Ante mí se paró un individuo sucio de muchos días, barba crecida y grasosa como su pelo, totalmente ebrio, hecho un despojo humano. Era Santiago, un alcohólico que militaba en mi Grupo y al que todos llamaban recaído, al verlo me asusté aún más y salí corriendo de la cantina, corrí hasta mi Grupo y comenté enseguida lo sucedido. “Dios te lo puso ahí” (me dijeron), saca provecho de la experiencia si en algo valoras tu vida.
Hoy sé que Dios se manifestó esa mañana, que siempre está y estará conmigo, que su presencia realizó esta milagrosa coincidencia que me permitió no beber.
Santos.


¿Alcohólico yo?

A los veintidós años de edad me hospitalizan, me quedo dos meses y medio, y logro ocho sin beber. El decir soy alcohólico era de dientes para afuera, no hubo derrota, no hubo aceptación. Tengo a mi madre, soy hijo de familia, me daban todo en un inicio, pero todo se acaba, me decían: “Deja de beber”. Me llevaron a jurar como quince veces; nunca cumplí, y en el último juramento roto caí a la cárcel.
Ofendía a mi madre, a mis hermanos y cuñados, pensando que me tenían miedo; era lástima y mi recaída fue dolorosa, tres meses de alcoholismo, de delirios de persecución, auditivos y visuales, llegar con el escuadrón de la muerte, tomar alcohol de 96º, tres o más borracheras al día, motivo, según yo, una mujer, el amor de mi vida, puros pretextos, por eso bebía más.
Lo cierto es que no me quería a mí mismo; mi madre lloraba y sentía tristeza de verme así. Después hubo resentimientos, “mejor muérete hijo”, me decía mi madre, me escondían la comida y me cuidaban las manos. Sabían que si faltaba algo, me culpaban a mi, beber y beber eso quería yo, total, muerto el perro se acaba la rabia. Pedía dinero para beber una y otra vez, estar tirado en la calle, en las pulquerías; que más quisiera yo, irme de fugas geográficas con familiares, amigos y desconocidos. El muerto y el arrimado a los tres días apestan... ¿y el alcohólico?
Sufrí por intentos de suicidio, pero cobarde como siempre. El miércoles 19 de abril de 1983, día de tianguis en la colonia, llevando una bolsa con mandado, mi madre llegaba de trabajar, yo con mi botella de alcohol levanto la cabeza al cielo y digo una frase: “Señor, ayúdame, ayúdeme Señor”. Enseguida grité ¡no vuelvo a beber en mi vida! Desde esa fecha me convencí que Dios me arrancó la obsesión de beber.
Vuelvo a llegar a un Grupo de AA dispuesto a todo, aquí asimilé, de alma y corazón, que era un alcohólico.
Fue en el Grupo donde me di cuenta que enterré todo el pasado; fue desplazado por las experiencias de algunos compañeros y métodos de Alcohólicos Anónimos: hazlo por ti mismo, no por tu madre o por tus hermanos o por Dios mismo, muérase quien se muera, nazca quien nazca, se vaya la esposa o se quede, suceda lo que suceda, no tienes, no puedes, no debes beber. Gradualmente empecé a vivir lo que ya había escuchado: estás preparado para todo. A esto se referían mis compañeros.
Mi meta era casarme y se cumplió, también tuve dos hijos y el segundo murió. Me divorcie y empecé a tener dinero un poquito más que otros, negocios. La separación fue por presuntuoso, vanidoso e infiel. Muere mi hermano de alcoholismo, él me llevó al Grupo de AA; entre amargas experiencias hay algo de agradable, a los ocho años me caso nuevamente.
Después de aliviarse mi segunda esposa, a los seis meses muere mi pequeña niña, muere mi hermana de alcoholismo, pierdo todos los bienes que había acumulado; lo del agua al agua.
Tuve cinco accidentes: dos ingresos al hospital por perezoso, mal comido, mal dormido, anemia, mucho café, cigarro. Animado por los compañeros, pasé el mensaje en diferentes lugares a alcohólicos. En el último accidente concebí la presencia de Dios, porque entre heridos, muertos y gritos, pude darme cuenta que yo estaba hincado diciendo: “Gracias, Señor, por darme la oportunidad de conocerte”. Arrepentido y dolido físicamente, encontré el resultado de mi familia, mi esposa y mis hijos lloramos de agradecimiento a Dios.
Juan
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1 comentarios:

On 18 de mayo de 2017, 21:05 , Nashmur dijo...

que chilo